Renacer: el precio de la felicidad es el superar las tristezas

miércoles, 26 de agosto de 2009

A pesar de la cierta resignación que lo había llevado a ponerse aquella ropa y a obedecer las peticiones del mayordomo; Lahel se sentía a la vez molesto y confundido.
Apretando los puños y los dientes, frunció el ceño y se quedó quieto; ahí, de pie en la entrada de aquel cuarto.
“¿Qué está pasando?”- se preguntaba.
Antes que pudiera acontecer algo mas, Lucio tomó la palabra en medio de los aún audibles aplausos de aquellas personas presentes en aquella sala:
“Lahel Speroza, ya que sos el sétimo sucesor de la Famiglia Garibaldi. Vení, sentate a la mesa con nosotros”
El joven caminó lentamente, la verdad no quería hacer caso, pero pensaba que no le quedaba otra opción. Tal vez si se resistía, terminaría en otro juego estúpido, donde él fuese el juguete.
Sentándose a la mesa, a la cabecera, pero del extremo opuesto de donde estaba sentado Lucio, bajó la mirada, no quería ver a aquellas personas.
Detestaba en ese momento a Lucio, e incluso André se había prestado para lo que le habían hecho pasar.
Prácticamente lo habían torturado y seguramente era por alguna razón irracionalmente estúpida. Nada podía serle motivo de excusa para tal acto en su contra.
Lucio al sentarse el también, hizo un ademán para que todos las demás personas en la mesa hicieran lo mismo y retomando su diálogo dijo:
“Lahel, seguramente estás bastante molesto y a la vez cansado, pues aunque en realidad solo estuviste ahí cuatro horas, para una persona en esas condiciones es como una eternidad.”
“¡¿Sólo cuatro horas?!...”-pensó. No cabía en su asombro, para el había sido mas, mediodía al menos, pero solo fueron cuatro horas…
Lucio prosiguió: “El problema aquí es que esta prueba la han tenido que pasar la mayoría de los anteriores sucesores en diferentes formas. No es algo que se escoge sino algo que pasa, así que por favor no te lo tomés personalmente. La cuestión de hacerla es poder ver las decisiones que tomás estando bajo presión, y si lograste sobrevivir aún con todas las armas disponibles para decidir morirse en ese instante, significa que así vas a luchar ante situaciones parecidas. Más bien deberías estar orgulloso, porque nos demostraste ser más que idóneo para este puesto”. Lucio tenía una sonrisa de complacencia.
El joven aún no deseaba alzar la mirada, lo peor de todo es que las palabras de Lucio eran muy razonables, no sabía que pensar.
“Solo alguien que cree que va a perder su vida, puede ver en ella su valor o no. Pero este muchacho si la conservó, por eso debemos estar agradecidos por que hemos encontrado a nuestro nuevo Miembro, el que tiene las posibilidades más grandes de ser tan bueno como yo jajaja”-Lucio se dirigía a los demás en la mesa. Todos rieron un poco de su sarcasmo.
Lahel estaba muy confundido, no sabía si sentirse bien, pues había pasado una prueba que le daba cierto status o sentir el enojo que le producía todo por lo que le habían hecho pasar.
Lucio no quiso dar la palabra a Lahel porque sabía que tras de que seguramente no quería decir nada, si dijese algo sería un reclamo o algo por el estilo. Ya para terminar su discurso dijo: “Pues bien, ya que estás limpio y vestido para la ocasión, a pesar del cansancio que debés sentir, vamos a celebrar este momento con un banquete, así que: ¡Que pasen la comida!”
Al decir esto, desde la entrada al salón comenzaron a entrar personas entre hombres y mujeres, eran camareros trayendo consigo todo tipo de platillos: de carnes, ensaladas, arroces, vegetales, entre otros, todos ellos eran servidos en la mesa, junto con champagne, vinos.
Ver aquella comida hizo que se despertaran su hambre y sed que había reprimido hasta ese instante, lo que le hacía pensar que a pesar de lo que hubiese pasado, al menos trataría de aprovechar aquella oportunidad, su hambre podía más en ese momento que su disgusto.
El mismo mayordomo que lo había conducido a la sala en un inicio, le trajo un plato oriental de fideos, junto con una gaseosa, que curiosamente eran la comida y bebida preferidas del muchacho. Al ver aquel plato, Lahel movió su cabeza para ver al mayordomo, que le miraba a su vez con una sonrisa. El muchacho no sabía cómo era posible que conocieran hasta sus gustos, pero sin pensarlo más comenzó a comer, incluso le había traído palillos que parecían de plata para comer con ellos.
Tras de todo, la comida le sabía extremadamente sabrosa, era como si la comiera por primera vez. Esto le parecía raro, pero solo comía sin pensar mucho. Y curiosamente, al comer también le hacía olvidar su disgusto.
Alzando la mirada, pudo ver a la gente que estaba a su alrededor, una mujer adulta joven con un vestido largo y negro y de cabello café rojizo, a su derecha y un hombre mayor y canoso a su derecha bien vestido a su izquierda; al frente, por su puesto Lucio, comía con la satisfacción de ver que Lahel tenía un mejor semblante. Todos conversaban y reían entre sí, pero el joven solo se concentraba en su comida y en descubrir cómo se sentía en ese momento.
Luego de la comida, y a la hora en la que se sirvió el postre y té para todos los presentes, Lucio se levantó de su asiento y pidiendo la atención de la gente dijo:
“Lahel, todavía tenés el anillo que te di puesto ¿verdad?”
“Si”- respondió casi sin ganas.
“Acercate”- el muchacho se levantó y bordeó la mesa y a los presentes hasta ponerse a la izquierda de Lucio. Este, tomando su mano derecha la levantó para mostrar el anillo en la mano de Lahel.
“Este es el signo de que él es mi sucesor, quien se atreva a hacerle el más mínimo daño, tendrá que atenerse a las consecuencias. Cuídenlo ustedes y toda su gente como si fueran sus propias vidas.”
Soltándole el brazo al muchacho, hizo una seña con su mano derecha al mayordomo, que tomando un cofre de tamaño mediano negro con motivos pintados en dorado; se acercó por la derecha a Lucio, abriéndole el cofre.
En este estaba el arma que Lahel había elegido al entrar al laberinto, la espada corta, pero ahora venía con su vaina también. De hecho le muchacho no había pensado dónde habría terminado el arma, solo recordaba vagamente el momento cuando se le resbaló de las manos la caer en la piscina.
Lucio la sacó y dándosela al joven dijo: “Este es otro regalo, este es al arma que elegiste para la prueba, ahora es tu compañera, pero obviamente tenés que aprender a usarla, pero de eso nos encargamos después, por ahora, conservala y cuidala, que ella te va a ayudar a cuidarte.”
Para el joven no fue un regalo tan grato como el anillo, pues con esa arma casi se quita la vida, o al menos eso había pensado hacer. La tomó de las manos de Lucio y desenvainándola, vio su rostro otra vez reflejado en el metal, ahora, por supuesto, se veía mucho mejor, más seguro y un poco más feliz.
“Te voy a presentar a mis viejos y ahora para vos, nuevos amigos.-dijo le dijo Lucio- A André ya lo conocés, el, aunque no parezca mucho es el encargado de todas nuestra operaciones y la gente en general, luego está…”-fue señalando a las diferentes personas sentadas a la mesa, que le daban, al ser nombradas, una muestra de respeto agachando un poco la cabeza. Al llegar al hombre que Lahel había visto sentado a su izquierda, un hombre de cabello canoso, bien vestido en un traje gris y anteojos, Lucio comentó: “Este es Giuseppe MonteBianco, encargado de algunas Familias aliadas italianas y ella-señalando a la mujer que se encontraba a la derecha del asiento del joven- es Cassandra de Grimoard, de la Familia más poderosa de Francia.” Luego siguió con las demás personas, en total eran trece los presentes, contando a Lucio.
Luego de esto, Lahel retomó su lugar en la mesa, portando el arma dentro de su vaina, la gente lo miraba con mas que curiosidad, complacidos, pero queriendo conocerlo mejor. Mientras tanto todos comían su postre. Este la sabía igualmente delicioso a Lahel.
Ahora el muchacho ya no tenía la mirada baja, y aún con todo lo acontecido, se sentía calmado, se consolaba en saber que su vida no estaba más en peligro. Pronto podría volver a su casa, por ello se sonreía levemente.
Cuando todos los presentes hubieron terminado de comer y charlar, algo más de una hora después del inicio de la comida, Lucio volvió a levantarse y dijo con una gran sonrisa: “Ok, ya todos nos vamos, gracias por su asistencia a este evento tan importante, saludos a ustedes y a sus Familias de mi parte” Dirigiéndose al muchacho dijo:
“Lahel ¿vos querés decir les algo antes de dar por terminado este encuentro?”
Esto fue una sorpresa para el joven, quien al no saber cómo reaccionar, se levantó de su asiento y dijo amablemente: “¡Gracias a todos!”-esto con una sonrisa. Quizás si hubiera tenido tiempo de pensar su reacción no hubiera hecho ni dicho tal cosa.
La gente comenzó a retirarse por la puerta principal del salón, todos los invitados se despedían haciendo una pequeña reverencia a Lucio y luego a Lahel. La muchacha que se encontraba al lado del joven se levantó y despidió con un beso en su mejilla derecha. El joven se puso la mano en aquella mejilla y se sonrió, no esperaba tal cosa.
Al final quedaron Lucio, André y Lahel en el salón.
“Vámonos, te llevo a tu casa”-dijo Lucio, refiriéndose al joven. André salió primero del salón, mientras Lucio, acercándose a Lahel extendía su mano derecha cómo indicándole la salida. El muchacho, levantándose, caminó hasta la puerta.
El mayordomo le esperaba con la ropa que se había quitado originalmente antes de “disfrazarse”, esto para que hiciera de nuevo un cambio de ropa. Luego de cambiarse en el mismo cuarto en el que se había puesto su traje formal, este mismo mayordomo le indicó el camino de salida. De la entrada, se dirigieron a una de las puertas del cuarto con la piscina, hacia la izquierda, esto daba a unos escalones, y al subirlos, se llegaba a un pórtico que a su vez daba al parqueo donde habían ido Lucio y André con el auto. Mientras subía, el muchacho se preguntaba adonde estarían los micrófonos y monitores con los que seguramente lo monitorearon en el laberinto, supuso que estaban en algún cuarto aledaño al salón donde hicieron aquel banquete. Llevaba consigo el arma sujetándola en su mano.
Al salir del todo, la luz de la tarde le molestaba un poco, no era muy intensa pero era diferente a la luz de los reflectores. Salía con una expresión seria de aquel lugar, pero todo era un poco diferente, el aire se sentía bien, flotaba un olor como dulce. Por alguna razón podía apreciar más su entorno.
Aquel lugar al observarlo bien, no parecía el parqueo del restaurante, seguramente sería uno algunas calles más allá.
Lucio fue el último en salir, parecía que algo le había retrasado un poco. André trayendo el vehículo, se bajó y abrió la puerta para Lucio y para Lahel. Ellos se montaron, Lucio con una sonrisa de complacencia, pero el joven tenía su cierta satisfacción y disgusto mezclados.
André comenzó a manejar de vuelta a la casa del muchacho, el joven vio su maletín en el suelo, como la vez anterior.
Lahel veía por la ventana, sujetando el arma con su mano derecha recostada sobre su regazo, la misma mano en la que tenía el anillo de Lucio; observaba todos los lugares por los que pasaban. Una duda se mezclo en su pensamiento ausente.
“¿Por qué me hiciste esto?”-dijo en vos más o menos audible.
Lucio, mirando hacia el muchacho, dijo de manera seria: “Ya te lo expliqué, mirá yo se que nada puede compensar lo que te hicimos pasar, pero tras de que le demostraste a todos que valés la pena, ahora la vida te va a saber mejor, porque la supiste valorar. Fue una mirada a vos mismo en los problemas y de verdad que lograste sacar lo mejor de vos”
Otra vez las palabras de Lucio le parecían muy coherentes, pero difíciles de asimilar. No había una expresión en su rostro, no sabía muy bien a que sentimiento ceder. Se preguntaba si sería por haber estado en aquella situación donde luchó por vivir que podía ver las cosas de otra manera.
El resto del camino fue puro silencio, Lahel tenía mucho en que pensar.
Igual que la vez anterior, lo dejaron a algunos metros de su casa. Al bajarse del auto caminó sin despedirse, pero Lucio respetaba su actitud, parecía que la entendía muy bien.
Llevaba consigo la espada y el maletín. La guardó adentro del mismo
Casi que por instinto revisó uno de sus bolsillos para ver la hora en su celular, eran más o menos las 4:30 de la tarde. No tenía mensajes ni llamadas.
Al llegar a su casa, su madre lo notó un poco apagado.
“¿Cómo te fue en el día?-preguntó su madre que se encontraba en la mesa de la sala haciendo algo de su trabajo, esto mientras Lahel entraba.
“Bien bien, pero estoy cansado”
“Bueno, descansá hasta la cena”
“Ok”-respondió el muchacho, para luego darle un beso en la cabeza a su madre.
Saludó rápidamente a su padre y hermanos.
Subió las escaleras hasta llegar a su cuarto, donde puso su maletín al lado de su cama.
Se recostó en ella y sintió una sensación de alivio total. Ahora si todos los pensamientos reflexivos invadían su mente todos al mismo tiempo.
Si todo hubiese sido cierto y no solo una prueba de Lucio, no hubiese podido regresar a su casa, ni volver a ver a sus hermanos ni a su madre. Se preguntaba que hubiese pasado si él hubiese muerto y aún más si el mismo hubiese sido el que se quitaba la vida. Revivía los momentos críticos del día, tratando de analizar sus sentimientos y pensamientos. Recordaba además las palabras de Lucio y la sensación extraña que sentía como de cierta alegría con su vida. Así pasó por casi media hora.
Las lágrimas otra vez llenaban sus ojos de cuando en cuando, pero este momento lo interrumpió la voz de su madre:
“Vení a comer”.
Lahel se secó los ojos y rápidamente bajó las escaleras hasta sentarse en su lugar en la mesa del comedor. Ahí estaban sus hermanos, su madre y su padre.
A todos los veía con satisfacción y alegría, como si no los hubiese visto en milenios.

(CONTINUARÁ...)

Luchar aunque todo parezca perdido... ¿Estupidez o acierto?

miércoles, 19 de agosto de 2009

La densa oscuridad del lugar donde se encontraba no le permitía ni verse una mano frente a su rostro. Luego de algunos minutos, su mente comenzó a divagar nuevamente y aunque pensaba en todas las cosas que pudo haber hecho y todas aquellas en las que hubiese puesto todo su empeño por lograrlas, pensaba:
“Aunque quise hacer muchas cosas, la verdad es que hice lo que pude y tuve la oportunidad de hacer; total, creo que aunque no hice nada, di eso es algo…”. El pensar que todo había acabado y el haberse resignado le produjeron que una que otra lágrima se escapara de sus ojos. De repente la risa lo invadió; una especie de ironía, producto quizá del miedo y la tristeza combinados.
Reía sin poderse controlar, una risa con llanto, una escena realmente triste, oculta por la negrura de aquel lugar desconocido.

Una luz cegadora iluminó de repente todo el lugar donde el joven se encontraba.
La luz proveniente de unos fluorescentes en el techo, reveló lo que aquella oscuridad total ocultaba. Un cuarto completamente blanco, pequeño, y para variar, con una puerta blanca, además de la puerta por la que el joven fue tirado en aquel cuarto.
“Entrá por la puerta” Se escuchó una voz masculina en aquel cuarto.
Lahel se levantó del suelo y volteó hacia la puerta blanca, al fin y al cabo qué le quedaba por hacer, si no era ver que pasaría.
Una irracional curiosidad le invadió, y lo impulsó a abrir la puerta.
“Ya que…”-dijo al joven secándose el rostro con el revés de las manos.
La abría de forma muy cuidadosa, aún le quedaba un poco del instinto de autoconservación, aunque no pareciera así.
El cuarto daba paso a un enorme espacio, parecía haber una pequeña terraza, un espacio parecido a un jardín con un camino de piedra blanca en el medio que daba a una especie de escaleras, a los dos lados del camino todo estaba lleno de flores y tapizado el suelo con un zacate en excelente estado. Los escalones descendentes daban aun especie de laberinto de muros de piedra cubiertos algunos por plantas enredaderas otros por otros tipos de vegetación. Este laberinto era visible por completo desde aquella terraza, el lugar era enorme.
Lahel comenzó a caminar lenta y cuidadosamente desde la puerta por el camino, viendo a los dos lados la vegetación. Al llegar al inicio de las escaleras, pudo apreciar por completo la extensión de aquello lugar, lo más curioso era que todo el paisaje estaba delimitado, a su vez. Es decir, todo el lugar era una especie de bodega, con paredes enormes y bajo un techo sostenido por vigas de metal, todo iluminado por reflectores unidos a estas vigas.
Algo extraño pasaba y el joven podía sentirlo, se percató que estaba sudando desde hacía un buen rato, pero se sentía un poco menos agitado, solo un poco.
Pensaba que todo parecía como en un estudio de grabación de películas, donde montaban todos los escenarios en una bodega gigante.

La voz se volvió a escuchar, esta vez resonaba por todo el lugar, provocando cierto efecto de eco tenebroso. “Ahora vas a bajar las escaleras, tomar lo que necesités y atravesar el laberinto.”
Esto no le agradó para nada al muchacho, que sin pensarlo mucho gritó:
“¡¿Que es esta estupidez?! ¿No me iban a matar o algo así? ¡No me hagan perder más el tiempo!”
Aunque sabía que sus palabras no eran nada racionales, ya no quería ser parte de un juego tonto en el que al fin y al cabo, seguramente terminaría muriendo.
Buscaba desesperadamente cámaras para poder saber hacia dónde dirigir su reclamo, pero no podía ver ninguna, tal vez se encontraban detrás de los reflectores del techo, pero la luz que proyectaban era muy intensa como para verlos directamente.
“No te queda opción, sino te vas a quedar aquí para siempre” respondió la voz.
Un escalofrío invadió su cuerpo. ¿Qué hacer?
La rabia era ahora la que lo consumía, cerró sus puños fuertemente, apretando también los dientes.
Su respiración se volvió a acelerar; pero instantes luego se sentó en el suelo, en el primer escalón de la cima de aquellas gradas. Sus sentimientos se mezclaron entre la ira y la angustia.
Respiró un poco y se puso en pie, en realidad casi no estaba razonando sus acciones.
Vio que a los lados de los escalones también habían mas flores y zacate, pero ello le parecía irrelevante, ¿para qué un jardín tan extraño si era para divertirse con él?
Bajó los escalones, hasta la entrada del laberinto, una entrada de piedra tallada, parecía tener un estilo romano, con su arco y todo. A los lados de la entrada habían diferentes armas, algunas pistolas, que aunque había visto en películas o juegos, nunca las había tenido en frente; algunas armas que parecían espadas, dagas, puñales, hachas…
Se preguntaba qué haría con tantas cosa, suponiendo que debía elegir algunos de esos objetos.
Tomó algo que parecía una espada corta, de un solo filo, era lo único con lo que pensó que podría defenderse, de todas formas no sabía ni lo que pasaría.
“Si me voy a morir, di…que sea jugando de loco” se dijo a sí mismo, riendo un poco. Como siempre utilizaba el humor para eludir la tensión.
Comenzó a caminar llevando en su mano el arma; hacia la derecha, luego a hacia la izquierda… Los pasillos del laberinto estaban llenos de pequeñas plantas, además de las enredaderas, el suelo en algunas partes estaba encharcado, en otros llenos de zacate un poco crecido. Caminaba un poco y encontraba un pasillo sin salida, caminaba otro tanto y lograba avanzar, al menos en apariencia, y de repente le sorprendía otro muro sin salida. Así por un buen rato, aunque a Lahel el parecían horas interminables, pero cómo saber cuánto tiempo abría pasado, si su reloj y teléfono los había dejado en la otra ropa y aquel lugar no dejaba ver el exterior.
Llegó a una parte con un pequeño poso, se dio cuenta la sed que tenía, pero cuando iba a beber, pensó que el agua podría estar envenenada, mejor se alejó de aquel lugar.
Caminó un poco más y al sentirse un poco cansado y con todas sus extremidades temblorosas, agitado y sudando, se apoyó a uno de los muros, para tratar de tomar fuerzas.
Al tener este momento de pensamiento, trataba de descifrar en su mente por qué había accedido a este juego.
Un pensamiento macabro cruzó por su mente: qué tal si usaba el arma que traía consigo para quitarse la vida, total, así acabaría con su penuria.
Levanto la mano en la que llevaba el arma y viendo intensamente la hoja de corte, pensaba qué pasaría si lo hiciera.
“¿Cuál sería la mejor forma?-pensaba- el cuello, las muñecas, en el estómago…”Imaginaba la forma más sencilla.
Aunque ninguna de estas ideas era racional, en aquel momento parecían muy lúcidas y factibles.
Al ver su rostro reflejado en el metal, pensó súbitamente en cosas que había aprendido: el quitarse la vida no era más que la desesperanza en su máxima expresión. Pensó en su familia una vez más, uno a uno los miembros de su familia, incluso a su padre; recordó sus creencias religiosas, sabía las consecuencias de tal acto.
Pero parecía tan viable, se sentía tan mal…
Movía lentamente el filo hacia la muñeca de su mano izquierda listo para acabar con su situación.
El arma se le cayó de la mano, esta le temblaba demasiado.
“¡Estoy loco! ¡Voy a luchar por mi vida hasta las últimas consecuencias!”-pensó con los ojos llorosos. Levantó el arma, y agitado como estaba corrió por todo el laberinto, se sentía listo para lo que viniera, incluso si moría, sabría que luchó por vivir, pensaba ahora que a pesar de que las cosas mundanas, como el trabajo, el estudio, las personas, el necesitar al dinero; lo hacían infeliz, él valía mucho como para morir de manera cobarde.

El tiempo pasaba lentamente y por fin logró encontrar lo que parecía el final del laberinto.
Al caminar hacia la salida, lentamente por el cansancio tanto físico como mental, escuchó un leve sonido, como de algún mecanismo, un sonido metálico, como de engranajes.
No le tomó mucha importancia, ya que el estar sucio, con esas ropas, agitado, cansado, sudado, frustrado, solo podía ver el final y alegrarse aunque fuera de haber logrado salir, sin importar qué pasaría después. Sonreía levemente, ya sin fuerzas, pero más que sin fuerzas, sin ganas.
Súbitamente, el piso por el que caminaba se abrió por debajo de él, el arma se le escapó de su mano. Mientras caía veía desde abajo el umbral que iba a cruzar, extendió un poco su mano hacia el, y cerró sus ojos, mientras el aire de la caída le producía una agradable sensación.
Hasta que al fin todo habría acabado…

Una nueva sensación lo volvió a la realidad: un frio que podía sentir en todo su cuerpo. Algo pasaba, sentía que le faltaba el aire, algo le impedía respirar. Un instinto primitivo movió su cuerpo, estaba nadando desesperadamente hacia la superficie, había caído en algo con agua.
Podía abrir los ojos un poco, porque nunca lo había logrado al nadar, podía ver una luz que entraba desde la superficie, pero el aire se le salía por la rápidamente. Sintió una especie de borde, del cual se aferró y logró salir del agua con graves esfuerzos, tosía debido al agua que había tragado y a la falta de aire.
La luz del lugar donde se encontrase ahora le molestaba de sobre manera, y el agua que destilaba por todo su cuerpo le producía un temblor en su cuerpo, por el frio que le hacía sentir.

Aunque estaba sentado en aquel borde, aun con sus piernas dentro del agua, no pudo mantenerse erguido, y se acostó en el suelo bocarriba, respirando pesadamente.
Una figura se le acercó, y Lahel, tratando de ver quién era, trataba a su vez de tapar la luz con su mano extendida.
La figura parecía masculina, extendiéndole la mano izquierda le levantó del suelo. El muchacho, más cansado de la lucha mental que del esfuerzo físico, se incorporó a duras penas, el brazo que le había extendido al hombre era el derecho y le dolía un poco, tal vez por cargar durante un buen rato el arma.
Aún con la vista borrosa, sintió algo encima, al tocarlo, sintió algo suave, era una toalla, ya no sentía tanto frió.
Abrió los ojos, ya pudiendo ver mejor. Otro salón blanco. Este era mucho más elegante que los anteriores, las paredes estaban detalladas con motivos de varios tipos, y un candelabro en el techo, era el que iluminaba el lugar, y lo que no le permitió ver desde un principio. Pudo ver que había varias salidas de aquel salón.
Al observar a la persona a su lado, se dio cuenta que era un anciano bien vestido, de hecho parecía un mayordomo. Este hombre le sonreía.
El anciano le tomó por el brazo izquierdo y apoyándolo sobre sus hombros se lo llevó a un pequeño cuarto al que daba una de las tantas salidas, este ubicada a en el extremo derecho del salón. Lo sentó sobre una banca de madera tallada que había a la izquierda de la entrada del recinto y lo dejó ahí. El hombre salió y le cerró la puerta.
Lahel no sabía muy bien lo que estaba pasando. ¿Habría sido todo un sueño?
Pero entonces… ¿Dónde se encontraba?
Un espejo a su izquierda reflejaba su imagen cansada y aún destilando agua por todo su cuerpo, se veía un poco mal, pero se sentía un poco mejor. Al frente suyo estaba colgado un traje entero, pero de un estilo tipo oriental.
Se levantó de la banca quitándose de encima la toalla y tomando el traje, se vio al espejo. Parecía que se le veía bien.
Todos sus sentimientos de ira, tensión, entre muchos otros que se le habían mezclado a lo largo de los eventos pasados, parecían haber dejado de existir, solo se miraba en el espejo y sonreía.
Vio que en una de las mangas del saco del traje había una tarjeta, y levantándola observó que tenía impresa una frase:
“Póntelo, te va a salvar la vida”
Se había aburrido de la lucha, le había satisfecho el hecho de haber llegado hasta ahí, donde fuera que estuviese. Se secó y puso el traje rápidamente. Los pies le dolían un poco, pero estaba relativamente tranquilo.
Salió del cuarto en el que se encontraba, abriendo la puerta con cierto sigilo, por lo que pudiese pasar.
El hombre con aspecto de mayordomo le esperaba de pie, frente a la puerta y al ver al joven salir le indicó con la mano una de las tantas salidas del salón.
Notó, mientras caminaba hacia el pórtico que el hombre le indicaba, la piscina en la que había caído.
Era una piscina que bien podría describirse como griega, con algunos escalones y columnas que sostenían el techo del salón. Entre columna y columna había cortinas negras que si bien no tenían un uso más que decorativo, se veían muy bien en cuanto a apariencia.
El mayordomo se adelantó al muchacho, para abrir las puertas de aquel umbral.

Ya ningún pensamiento en específico habitaba la mente de Lahel, solo sentía un poco de curiosidad acerca de qué pasaría a continuación.
Las puertas abiertas dejaron ver una sala enorme con una lámpara colgante de cristal en el medio, con tanto el techo como las paredes tapizados y adornadas con pinturas y motivos.
Al centro, una mesa puesta vertical a la puerta, con diferentes platillos sobre ella, y con varias personas entre hombres y mujeres vestidos elegantemente, todos sentadas en ella.
Estas personas se pusieron de pie al ver a Lahel y comenzaron a aplaudir efusivamente.
A la cabecera de la mesa estaba Lucio, y a su derecha André, ambos aplaudiendo con una sonrisa en sus rostros.

(CONTINUARÁ, como de constumbre)

Todo lo que empieza mal termina bien, pero...¿todo lo que empieza bien, termina mal?

miércoles, 12 de agosto de 2009

Lucio levantó un paquete que se encontraba a sus pies, y dándoselo al muchacho le dijo:
“Pues bien, aquí comienza tu entrenamiento, lo primero que vamos a hacer es probar lo que ya podés hacer, y la primera parada será en un ‘mini súper’”- a Lahel estas palabras le parecieron sin sentido, como ya solía pasarle desde el día anterior, cada vez que Lucio le explicaba algo, pero le escuchaba con cierta curiosidad.-“Lo que vas a hacer es cambiarte tu ropa, a esta que es un poco más informal-señalaba con su mano derecha el paquete que le había dado- y comprar una botella con agua, detergente y huevos, pero fingiendo ser un extranjero. ¿De qué nacionalidad? Te lo dejo a escoger”.
El joven no pudo evitar reírse de tal pedido, pero aun así pensaba hacerlo, por probar.
“¿Con qué propósito voy a tener que hacer esta ridiculez?”-preguntó con una sonrisa, mientras habría el paquete y podía ver una camiseta blanca, un pantalón corto beige y unas sandalias negras, además de unos lentes para el sol y una buena cantidad de dinero.
“Bueno-respondió Lucio sonriendo- pues vamos a ver cuánto te dura una actuación. Eso es importante para poder esconder algo de posibles rivales, algo como cuando se está de encubierto o cosas por el estilo…”
El muchacho no pudo sino reír un poco más, casi sin tomar en cuenta la seriedad que encerraban las palabras de Lucio.
El auto se detuvo frente a un restaurante de comida rápida.
Al verlo Lahel se extrañó: -“¿Por qué paramos aquí?
Lucio tenía un expresión de ironía en su rostro y dijo-“Di para que te cambiés. No vas a cambiarte aquí con nosotros viéndote”.
Lahel se sonrojó de la vergüenza que sentía por aquella pregunta, y bajándose del auto se apuró a cambiarse en los baños de aquel establecimiento.

Al volver a subirse en el vehículo, incluso se había humedecido su negro cabello, cambiando un poco su peinado habitual por uno un poco alborotado, y con los lentes en el pelo. De hecho parecía otra persona, un poco mas hecho a las tendencias de la moda juvenil.
Lucio lo miró complacido, por la forma en que tomaba esta prueba.
Arrancando nuevamente, André condujo aún mas, deteniéndose en un establecimiento pequeño, a varios kilómetros de donde habían hecho la parada anterior. Parecía, no un lugar rural, sino un poco pueblerino.
“Ahora sí, te toca a vos”-dijo Lucio, indicándole con la mano que se bajase y guiñándole el ojo.
Lahel suspiró profundamente, y bajándose nuevamente del auto, se dirigió a hacer el encargo.
Ya que el lugar era pequeño y humilde, lleno de miles de cosas colgadas del techo, un mostrador grande con recipientes de vidrio, todo había que pedírselo al hombre que atendía el lugar. Era un anciano que aparentaba tener un mal carácter, leía el periódico.
El muchacho volvió a tomar aire y comenzó el juego:
“Disculpa senior-dijo con el primer acento extranjero que se le vino a la mente- yo desea una boteiya de awua, un detirllente y una doucena de wuevous” Sintió un poco de alivio al ver que todo salía tan fácil.
“Vea misterch, no l’entiendo muy bien, me podría repetirch lo que se li’ofrece”-respondió un poco tosco aquel hombre, con su mirada por sobre el periódico extendido.
Esta situación le pareció un poco incómoda a Lahel, ya que creía que todo le había salido ya. –“You quiere una boteia de agua-dijo señalando un refrigerador con las botellas, mientras el anciano miraba a lo que señalaba- un bolsa de deteryente y una doucena de huevous”
El hombre rió- “Ah ve que sencillo. Si se lo propone si lo logra, es que tenía que serch un extranjero. Son cinco mil”
Lahel se sitió muy molesto por el hecho- “¡Mire Señor!...-se detuvo súbitamente, pues pronunció a la perfección su reclamo, mientras aquel hombre le miró extrañado y retomando su acento dijo- yo cree que su idioma es muy difícil, por favour no se burla”
La expresión del hombre se torno seria, mientras el joven le daba el dinero, el anciano metía los objetos en una bolsa.
Dándole la bolsa al muchacho le dijo de manera un poco irónica:-“Pues para mi que asté se está burlando de mí, porque ahorita no sonó muy estrangero que digamos, además es un poco moreno pa’ tener ese acento”
El joven tomó la bolsa y se retiró, un poco sonrojado por su descuido, montándose nuevamente en el auto de Lucio.
Inmediatamente Lucio le dijo: “Y bien ¿cómo te fue?”
“Pues di creo que medio bien” respondió con una leve sonrisa.
“Pues resulta que medio te equivocaste, porque le hablaste al señor ese sin acento en un momento”
“¿Y cómo supo usted eso?”-dijo el joven sorprendido.
El auto arrancó y Lucio comenzó a reírse enérgicamente, mientras André se veía sonriendo por el espejo.
“¡¿Vos que esperabas?! La ropa que te di tenía un micrófono, para oír lo que pasaba, pero solo era un práctica para divertirnos un rato, ahora vamos a ir a almorzar a un restaurante fino, para que lo hagás en serio, y mejor cambiá el acento a otro con el que te sintás mas cómodo”
Lahel se registraba la camisa sin poder encontrar nada. Frustrado miró a Lucio de reojo y suspirando, como ya se le estaba volviendo costumbre, miró por la ventana el resto del camino.
Antes de llegar al restaurante, por caminos que aunque Lahel veía atentamente, no reconocía. Preguntó a Lucio:
“Don Lucio, le tengo un pregunta indiscreta, ¿por qué está tan bien luego de lo del parque, si apenas ha pasado una semana y algo?”
Lucio, pasándose una mano por el rostro, dijo tranquilamente: “Pues, di es que los disparos fueron solo en la pierna y el torso, pero fue alguien con tan poca puntería que n todos los casos me roso, sin producir mayor daño”
“Ya veo”-dijo el joven, algo aliviado por saber que no fue tan grave, a pesar de la pérdida de sangre.

“Llegamos Don Lucio”-dijo André.
“Lahel, ahora te vuelve a tocar a vos. Yo me quedo en el parqueo y vos vas a comprar un lasaña de vegetales para cuatro personas, para llevar”
“Pero… ¿No era que íbamos a almorzar en el restaurante?”-dijo un poco indignado el muchacho.
“Si, pero luego de que traigás la comida, además te sobró dinero, usalo” Lucio se reía aun con más ganas.
Al bajarse, Lahel pudo ver al frente suyo pequeño edificio, parecía un típico restaurante de comida tradicional. De grandes ventanales, algunas plantas de interior en la entrada de puertas de vidrio, nada fuera de la común, además no tenía letreros, como para saber ni siquiera el nombre.
Lucio hizo un gesto con la mano a André, indicándole que manejara para estacionar el auto en el parque al lado del edificio.
“Apurate, y andá pensando de una vez el acento nuevo jaja”, dijo Lucio dirigiéndose al muchacho por entre la ventana del auto.
Este último no se sintió muy confortable con la petición de Lucio, le costaba pensar en un acento nuevo, con el que estuviera un poco más familiarizado.
Una melodía se escuchó al pasar un auto a todo volumen, le hizo recordar una canción de unos extranjeros, y recordó también que él en colegio bromeaba con algunos amigos con cierto acento.
“Si vuestra merced me lo permite, hablaré así”-dijo Lahel con esa particular pronunciación, con el que tantas veces hizo reír a más de uno de sus amigos y amigas.
“Pues sí, ese me gusta más, y hasta te cambia el semblante, te veo más confiado”. Con una sonrisa en el rostro, Lucio cerró su ventana y André comenzó a manejar hacia el estacionamiento.
Al entrar, el interior del lugar justificaba las conclusiones del muchacho, era un logar común y corriente, con algunas mesas, con manteles de cuadros rojos y blancos, al fondo el mostrador que daba a la cocina. Había más o menos unas siete personas distribuidas en el lugar, algunas solas, otras en compañía.
Se acercó sin ninguna preocupación en específico, por su ya pasada experiencia.
Dirigiéndose a una mujer que atendía un mostrador de madera sencillo, dijo:
“Disculpad, quisiera pedir cuatro lasañas”
La mujer dijo: “¿De carne?”
“No de vegetales” respondió un poco dubitativo.
“Permítame un momento.” La mujer entro en lo que parecía la cocina del restaurante, saliendo al poco tiempo con un hombre moreno y fornido de traje entero.
“Por favor acompáñeme”-dijo muy serio aquel hombre.
Lahel, ya con cierta preocupación, fue guiado por el hombre hacia adentro de la cocina, donde unos cocineros preparaban alguno que otro platillo, y luego por otra puerta, que daba a un salón pequeño. Pareció que ninguna de las personas se encontraban afuera comiendo notaron el asunto.
EL salón al que fue conducido no tenía ventanas, las paredes eran de madera. Un hombre de edad madura se encontraba sentado en un escritorio viejo y un poco descuidado, una luz tenue iluminaba el lugar.
Al entrar en el cuarto, el hombre que le había escoltado salió inmediatamente y cerró la puerta tras de sí.
Alzando la vista, aquel hombre dijo con voz grave: “¿Así que vos sos el extranjero que está pidiendo las ‘lasañas’?”
“Si, pero creo que me ha sucedido un malentendido,-ya podía sentir un poco de temblor en su cuerpo- yo solo quiero unas lasañas comunes y corrientes”
“Pero de vegetales” dijo el hombre con cierto sarcasmo.
El joven se sentía como cuando Lucio le explicaba algo, estaba completamente confundido.
Aquel hombre golpeó la mesa con el puño. “¡Vos sabés de qué estoy hablando!-se puso de pie y caminó hacia el muchacho- “No creas que no sabemos que un policía encubierto anda tratando de destapar nuestros negocios, fingiendo ser un extranjero interesado en la mercadería, hasta lograste saber la contraseña, no sé cómo, pero estas en un verdadero problema”
El joven, con el corazón acelerado, solo se le ocurrió mantener su acento, con tal de parecer un extranjero real.
“Mirad señor, yo soy un extranjero cualquiera, no soy de este país, sinceramente no se a que os referís con ser un policía, si lo deseáis podéis registrarme y lo veréis”
El hombre dijo en voz alta algo que el muchacho no logró entender, quizá sería algo en otro idioma.
El hombre fornido que lo había escoltado hacia ese cuarto apareció nuevamente, y requisando a Lahel dijo algo en el mismo idioma en el que le había hablado aquel hombre viejo. Volvió a salir.
“Si está bien, no tenés nada, pero aún así no me convences de que sos extranjero”
El joven no encontraba la forma para resolver tal pedido, solo siguiendo el juego.
“Mirad señor, yo no sé cómo hacer tal cosa, solo sé que nada tengo que ver en vuestros asuntos”
El viejo pensó unos instantes, hasta que un momento después su mirada se iluminó y se sonrió. Parecía que se le había ocurrido algo.
Pronunció algo nuevamente en ese idioma que Lahel no entendía.
El hombre fornido volvió a entrar, pero sin dar tiempo a que el muchacho se volviera, le agarró de un brazo haciéndole una especie de llave para inmovilizarlo. Inmediatamente, Lahel pudo sentir en su espalda una presión de algo, lo primero que se le vino a la mente fue que le estaban apuntando con un arma.
Su miedo llegó casi al máximo, aunque luchaba internamente por mantener su personaje a cualquier costo.
“Ahora sí, si no nos decís la verdad, mi empleado te va a mandar a dormir permanentemente”-le dijo de manera arrogante el hombre viejo, casi se podría decir que disfrutaba ver tal escena.
“¡Pero os digo la verdad, no soy nada de lo que decís!” A pesar de la situación procuraba mantener la cordura y de cuidar cada palabra.
El viejo rió un poco y dijo: “Pues si el susto no le aflojó la lengua debe ser que si es cierto.-una sonrisa malintencionada se le dibujó en el rostro-…Pero aún así ya no te podemos dejar ir.”
Al muchacho le faltaba el aire, no podía imaginarse lo que iba a pasar, muy en el fondo maldecía a Lucio, aún a pesar de todo, tenía una expresión seria y desafiante, mas que demostrar el miedo que sentía.
El viejo hizo un movimiento con la cabeza, y dijo: “Este tipo ya sabe qué hacer con vos, lástima que sí fueras un extranjero, pero diay, todos cometemos errores”
Mientras el hombre viejo se sentaba en su silla, el fornido aplicaba más fuerza en el brazo del muchacho, con tal de hacer que Lahel se moviera por el dolor que le causaba. Lo movió a la fuerza a un lado del escritorio del cuarto, abriendo una puerta secreta, en la pared de madera, no se podía ver el interior por lo oscuro que estaba.
Lahel sólo podía imaginarse lo peor, pero el hombre fornido solo lo lanzó en aquel lugar y cerró la puerta.
Al joven se le ocurrió quedarse ahí tirado en el suelo, pues pensó instantáneamente que no tendría ningún sentido darle golpes a la puerta, tal vez pasaría algo peor.
En ese momento su mente voló, pensando en que podría morir, en todo lo que quedaría sin hacer, en que estaba solo, en su familia. Comenzó a sentir alguna nostalgia, ya casi se había resignado, pero igualmente en el fondo aún se aferraba a una leve esperanza.

(CONTINUARÁ, espero jajaja)

Intermedio/dudas e incertidumbre

miércoles, 5 de agosto de 2009

Lahel abría sus ojos azul oscuros, y veía el techo de playwood de su cuarto, la luz que entraba por las ventanas le provocaba cierta molestia.
“Otro día mas” –pensó, tapándose los ojos con la mano derecha.
Se levantó, su cuarto bien iluminado como siempre por la luz de la mañana. Tomó un poco de su ropa, para el día y procedió a bañarse.
Con cada acción de su acostumbrada rutina matutina, recreó en su cabeza el desenlace del día anterior, en su encuentro con Lucio:

Cuando Lahel aceptó la propuesta de Lucio, este último siguió bebiendo de su té, mientras el joven intentaba, aunque sumamente nervioso, hacer lo mismo.
Cuando Lucio hubo terminado su té, colocó su taza de vuelta en la mesa, cruzó una pierna y entrelazó los dedos de sus manos, apoyando sus codos en los brazos del asiento.
Lahel aún no había terminado su bebida; al levantar la mirada un poco pudo ver las manos de Lucio, tenía 3 anillos en la derecha y 4 en la izquierda, unos de oro, otros de plata.
En ese momento pensó: “No había notado esos anillos, siempre quise unos así, llenos de detalles”. Tal vez estos pensamientos le surgían para evadir un poco la situación, al menos en su mente.
Lucio fue de nuevo quien rompió el silencio, mirando a Lahel con una sonrisa.
“Je je, me complacés demasiado al decir que sí, seguramente lo hiciste por miedo- al decir esto Lahel tuvo un pequeño movimiento involuntario en su cuerpo, de esos típicos, de cuando se descubre algo de uno, que se quería mantener escondido, Lucio prosiguió- pero sin importar la razón que sea, conforme pase el tiempo, podrás elegir mejor la posición que querés tomar ante esto”
Mientras Lucio hablaba, Lahel logró mirarlo y mantener una leve sonrisa, al fin logró terminar su té.
Lucio prosiguió: “Esto es lo que vamos a hacer. ¿Mañana tenés que ir a la U?”
“Si, como hasta las 10 tengo clases”-respondió Lahel un poco agitado otra vez, por lo que fuera a decirle Lucio.
“OK, entonces vas salir de clases y me vas a buscar en aquel mismo parque en el que nos vimos. Vamos a dar una vuelta y a hacer algunos trabajos pequeños. ¿Capicci?”
Lahel se extrañó un poco, a pesar de que sabía que Lucio tenía algo de italiano, su acento no lo demostraba, y nunca desde que el joven lo conoció, había dicho palabra en italiano, solo ‘Bianca’, pero había obviado esa palabra.
“Di está bien, jeje…” Lahel sonrió mirando hacia la ventana.
“Muy bien entonces…”-el hombre de la puerta interrumpió a Lucio, diciéndole algo al oído, luego de asentirle con la cabeza, continuó-“… ¡Jajaja, apenas y nos dio tiempo de hablar, tengo que irme a atender algunas cosas urgentes, entonces quedamos en eso, y mañana nos vemos!”-Lucio se levantó de su asiento, le extendió su mano a Lahel, y al estrecharla, le dijo: “Uno de mis amigos te llevará a tu casa, ahí le indicás el camino”
“OK; está bien”-respondió el muchacho, sonriendo un poco involuntariamente.
Aun sentado, el hombre de la puerta vino hacia él y extendió la mano en dirección a la puerta, como indicándole a Lahel el camino, todo esto mientras Lucio salía de la habitación.
El joven se levantó y mientras caminaba hacia la puerta observó detalles que no había tomado en cuenta hasta el momento, la alfombra del piso, bordada con detalles por toda su superficie, el candelabro de la habitación, como los que había visto en programas de televisión donde presentaban casas antiguas.
La puerta, aún abierta, de color natural tallada en toda forma posible, daba a un pasillo estrecho alfombrado, y lleno de pequeñas lámparas sujetas a la pared. Este pasillo daba a su izquierda a un salón grande y lujoso, y a la derecha estaba otra puerta, en lo que parecía ser un recibidor. Ya no veía por ningún lado a Lucio. El hombre de traje entero que le acompañaba detrás dijo, con una voz grave, pero amigable:
“Por favor Lahel, diríjase a la puerta”-Este hombre tenía un acento como francés.
“OK”-dijo Lahel un poco distraído por los detalles lujosos de la casa de Lucio.
Al llegar a la puerta principal llena de vitrales, un poco abstractos, el hombre de acento francés le abrió la puerta y le indicó un auto negro que se encontraba en una especie de callejuela hecha con pequeñas piedras. Bajaron entonces unos escalones que daban de la puerta, hasta donde se encontraba el auto. Como si fuera de cliché, en el centro de esa callejuela había una fuente, sencilla, pero llena de lirios, y alrededor había árboles y maseteros con flores de varios colores.
Lahel, aunque había visto de ese tipo de lujos en internet o la televisión, no salía del asombro, por poder ver aquello por sí mismo. Sentía algo de envidia ante aquella opulencia.
El hombre francés le tocó el hombro para llamar su atención, entonces Lahel cayó en la cuenta de que el hombre le pedía que se montara al vehículo.
Un poco avergonzado, pero aún anonadado, se subió en los asientos traseros del carro, notando que ahí, en el asiento de al lado, estaba su maletín y además había una pequeña caja color vino. El hombre francés le cerró la puerta y se montó en el asiento del chofer. Mirando al joven por el espejo retrovisor, le dijo:
-“Se me había olvidado, ya que aceptó la oferta del Señor Lucio, le quiso dar un regalo, como de bienvenida a la Familia”
Al quitarle la tapa, entusiasmado, cayó de ella una nota escrita a mano con una caligrafía elegante, que decía:

“Gracias por tu valentía, mocoso, jajaja.
Espero que te guste tu regalo. Sirve, además de adorno, para certificar que sos de los miembros más importantes de nuestra Familia, así que cuidalo bastante y ahí nos veremos.
Con cariño:

Lucio”

Lahel comenzó desde ese momento a sentirse mucho más cómodo con la situación, y para mejorar las cosas, al mirar el contenido de la caja, vio que era un anillo grueso de oro, con una insignia extraña en el medio, como una espada con una corona de laurel, como la de los romanos, le parecía haberlo visto antes, seguramente era igual a uno de los que le vio a Lucio. Inmediatamente lo sacó y se lo puso en el dedo medio de la mano derecha, le quedaba perfecto y combinaba incluso con el anillo que siempre llevaba puesto en el dedo anular de esa misma mano.
Levantó su mano para verlo a la luz del día, y notó que el cielo parecía atardecer.
Con apuro sacó el teléfono celular de su bolsillo para ver la hora. Lo tenía apagado, supuso que al momento de raptarlo, algún empleado de Lucio se lo habría apagado. Lo encendió y vio que eran casi las 3 de la tarde.
Un poco nervioso llamó a su casa.
“Aló”-contestó una voz femenina.
“¿Madre?”-dijo Lahel aliviado.
“¡¿Lahel?! ¿Dónde estás? Juré que ya habías llegado a la casa, llego y no estás. Te estuve llamando y el celular apagado, luego te quejás de que yo hago lo mismo y nunca te contesto”-dijo evidentemente molesta la madre de Lahel.
“Si perdón, lo apagué porque…- el joven dudó unos instantes-… como estaba en clases y se me olvidó encenderlo… y luego unos de mis compañeros me dijeron que los acompañara a almorzar, pero ya voy para allá”-el hombre francés lo miraba con una sonrisa de complicidad desde el espejo.
“OK, aquí te espero, me gustaría ir con vos a comprar algunas cosas al centro comercial”
“Esta bien, dentro de un rato llego, hasta luego”-colgó la llamada, aunque con cierta inseguridad, pues no sabía ni donde se encontraba, como para poder decir que estaba cerca de llegar a su casa.
El hombre francés se volvió, y mirando a Lahel le dijo:
“Bueno, creo que olvidé mis modales. Mi nombre es André-Lahel sonrió-lo llevaré a la universidad, que fue de donde lo trajimos y luego de ahí le pediré que me indique la dirección de su casa”
“¿Mas o menos a cuantos minutos estamos de la universidad?”-dijo el muchacho
“Cinco, más o menos”, respondió el hombre, y volviéndose, comenzó a manejar.
Lahel pudo ver por la ventana la imagen completa de la casa de Lucio mientras salían, era una casa casi completamente blanca de dos plantas, con pilares al frente, que sostenían un techo pequeño en la entrada, con varios ventanales y balcones en las ventanas del segundo piso, todo acompañado por el jardín, el camino a la salida, lleno de los maseteros y flores y los portones negros de la entrada principal, con un enrejado profesional y detallista.
Aunque salieron a una calle principal, ninguno de aquellos parajes le pareció conocido a Lahel, pero pronto llegaron a la parte de la zona aledaña a la universidad donde había pasado la situación incómoda de la mañana.
-“Bien ¿de aquí hacia donde, señor Lahel?”-dijo André viéndolo una vez más a través del espejo.
“Pues de aquí… Voy, un toque. ¿Me dijiste ‘señor’?”- dijo Lahel un poco confundido.
André rió suavemente-“Si, desde ahora, si quiere ser respetado, tiene que darse a respetar, y así es la única manera”
Lahel miró por la ventana un poco confundido-“Pues di, si vos lo decís”.
De repente recordó que André esperaba la dirección- “Ehh, mi casa está en…”, dándole la descripción detallada.
Faltando mas o menos 300 metros para llegar, Lahel dijo: -“Don André, ¿me podría dejar aquí y yo camino, para no levantar sospechas?”
“Si por supuesto señor Lahel, pero por favor no me diga “don”, sólo André está bien”.
“Ah bueno jeje”-rió un poco.
Se bajó y despidió de André, que rápidamente manejó de vuelta.
Recordó entonces como al haber llegado a su casa dejó sus cosas y realizó los encargos con su mamá, todo fingiendo que nada había pasado.

Lahel cerró la llave de la ducha, terminando así de recordar todos esos momentos del día anterior. Saliendo de la ducha, y mudándose, su mirada se quedaba en los hechos que acababa de revivir, preguntándose qué pasaría ese día. Al salir del baño, miró en su mano el anillo de Lucio, que no se había quitado desde el día anterior, sonrió preguntándose cómo era posible que nadie lo hubiese notado.
Su cuarto quedaba en el según piso de la casa, junto con un baño y la pequeña sala donde el y sus hermanos siempre veían televisión. Salió del baño y bajó las escaleras para desayunar con su familia. Sus dos hermanos menores, uno de 15, Jehiel y el otro de 10, Ismael, peleaban en la mesa de la sala como de costumbre, por alguna cosa que el menor dijera. Eran un poco diferentes a el, el del medio era un poco mas pálido y tenía el cabello corto y rizado, y le menor tenía menos volumen y era un poco más moreno. Su padre aún dormía, para suerte de él, pues le molestaba que estuviera cerca, ya que nunca había logrado sentir cariño por el, ni sentía la necesidad de una figura paterna.
Su madre en la cocina, preparaba apurada la comida, se le acercó por detrás y dándole un abrazo cariñoso le dijo:
“Ma, ¿cómo amaneciste?”
Una sonrisa se le dibujo en el rostro a su madre, aún atareada por cocinar.
“Bien-le respondió- ayudame con los vasos, los cubiertos y las demás cosas por favor”
“OK”-dijo el muchacho. Mientras buscaba todas las cosas que su madre la había pedido, le surgió una pregunta fuera de lugar:
“Mamá, ¿que harías vos si yo fuera un mafioso?”
La sonrisa de su madre se desdibujó un poco, y con un tono un poco agresivo le dijo:
“Y ¿por qué me pregunta eso?”
Lahel no pudo sino reír un poco, al ver la reacción de su madre.
“No se, solo se me ocurrió hacerte la pregunta”. Volviendo a ver a su madre, su semblante se había tornado un poco serio.
Al sentarse a la mesa con su madre, dijo a su hermano del medio, con algo de ironía:
“Jehiel, vieras que le pregunté a mamá que qué haría si yo fuera un mafioso, y se enojó un poco jajaja”
Su hermano respondió: -“Ey, ¡pero si ser de la mafia es lo mejor, jajaja!”
Su madre solo movió la cabeza mirando seriamente a Jehiel, levantando las cejas y arqueándolas, siguió comiendo el desayuno.
Lahel sabía que todos creían que era una mentira, de todas formas, ni el mismo podía creérselo. Se había involucrado en algo grande, y veía que su familia, o al menos su madre no lo tomaría nada bien.
El resto de la hora de desayuno nadie dijo nada, y Lahel volvió a su estado ausente, ido en sus pensamientos.
Pensaba en todas las posibilidades y situaciones en las que podría verse envuelto, los peligros a los que se podría exponer. Sopesaba tanto todos los beneficios como los prejuicios de participar de algo así, y si podría realmente confiar en Lucio, o si solo era un treta extraña en la que él era solo un ficha de un juego.

Casi sin darse cuenta, y por divagar tanto en todo lo que le pasaba, el salir de su casa, tomar el bus, asistir a sus clases, y que terminaran, le resultó un instante.
Ya eran las diez de la mañana, y su cita con Lucio estaba por empezar.
Caminaba por aquellos lugares tan conocidos, como si fuera a tomar el bus, igual que siempre, pero algo cambiaba, los nervios lo invadían y todas aquellas imágenes de tiendas, calles sucias, esa ciudad que albergaba a la universidad, todo parecía diferente.

Pudo, al llegar al parque, ver el auto de Lucio, el mismo del día anterior, y a André, el francés, esperando afuera, junto a una puerta. Saludó a André con una sonrisa y se subió al carro, solo para encontrarse junto a el a Lucio, siempre con su traje entero negro, y una copa de vino tinto en la mano izquierda.
“Jaja, ¡buenos días! ¿Listo para los desafíos de hoy?”-dijo Lucio mirándolo con su ya acostumbrada sonrisa.
“Eh, si”-respondió Lahel con cierta ansiedad.
André se montó y comenzó a manejar, parecía que ya conocía las acciones a tomar de aquel día.
El joven miraba por la ventana mientras Lucio tomaba de su copa y la incertidumbre le carcomía el alma a pocos.

(Igual a la vez anterior; CONTINUARÁ)