Luchar aunque todo parezca perdido... ¿Estupidez o acierto?

miércoles, 19 de agosto de 2009

La densa oscuridad del lugar donde se encontraba no le permitía ni verse una mano frente a su rostro. Luego de algunos minutos, su mente comenzó a divagar nuevamente y aunque pensaba en todas las cosas que pudo haber hecho y todas aquellas en las que hubiese puesto todo su empeño por lograrlas, pensaba:
“Aunque quise hacer muchas cosas, la verdad es que hice lo que pude y tuve la oportunidad de hacer; total, creo que aunque no hice nada, di eso es algo…”. El pensar que todo había acabado y el haberse resignado le produjeron que una que otra lágrima se escapara de sus ojos. De repente la risa lo invadió; una especie de ironía, producto quizá del miedo y la tristeza combinados.
Reía sin poderse controlar, una risa con llanto, una escena realmente triste, oculta por la negrura de aquel lugar desconocido.

Una luz cegadora iluminó de repente todo el lugar donde el joven se encontraba.
La luz proveniente de unos fluorescentes en el techo, reveló lo que aquella oscuridad total ocultaba. Un cuarto completamente blanco, pequeño, y para variar, con una puerta blanca, además de la puerta por la que el joven fue tirado en aquel cuarto.
“Entrá por la puerta” Se escuchó una voz masculina en aquel cuarto.
Lahel se levantó del suelo y volteó hacia la puerta blanca, al fin y al cabo qué le quedaba por hacer, si no era ver que pasaría.
Una irracional curiosidad le invadió, y lo impulsó a abrir la puerta.
“Ya que…”-dijo al joven secándose el rostro con el revés de las manos.
La abría de forma muy cuidadosa, aún le quedaba un poco del instinto de autoconservación, aunque no pareciera así.
El cuarto daba paso a un enorme espacio, parecía haber una pequeña terraza, un espacio parecido a un jardín con un camino de piedra blanca en el medio que daba a una especie de escaleras, a los dos lados del camino todo estaba lleno de flores y tapizado el suelo con un zacate en excelente estado. Los escalones descendentes daban aun especie de laberinto de muros de piedra cubiertos algunos por plantas enredaderas otros por otros tipos de vegetación. Este laberinto era visible por completo desde aquella terraza, el lugar era enorme.
Lahel comenzó a caminar lenta y cuidadosamente desde la puerta por el camino, viendo a los dos lados la vegetación. Al llegar al inicio de las escaleras, pudo apreciar por completo la extensión de aquello lugar, lo más curioso era que todo el paisaje estaba delimitado, a su vez. Es decir, todo el lugar era una especie de bodega, con paredes enormes y bajo un techo sostenido por vigas de metal, todo iluminado por reflectores unidos a estas vigas.
Algo extraño pasaba y el joven podía sentirlo, se percató que estaba sudando desde hacía un buen rato, pero se sentía un poco menos agitado, solo un poco.
Pensaba que todo parecía como en un estudio de grabación de películas, donde montaban todos los escenarios en una bodega gigante.

La voz se volvió a escuchar, esta vez resonaba por todo el lugar, provocando cierto efecto de eco tenebroso. “Ahora vas a bajar las escaleras, tomar lo que necesités y atravesar el laberinto.”
Esto no le agradó para nada al muchacho, que sin pensarlo mucho gritó:
“¡¿Que es esta estupidez?! ¿No me iban a matar o algo así? ¡No me hagan perder más el tiempo!”
Aunque sabía que sus palabras no eran nada racionales, ya no quería ser parte de un juego tonto en el que al fin y al cabo, seguramente terminaría muriendo.
Buscaba desesperadamente cámaras para poder saber hacia dónde dirigir su reclamo, pero no podía ver ninguna, tal vez se encontraban detrás de los reflectores del techo, pero la luz que proyectaban era muy intensa como para verlos directamente.
“No te queda opción, sino te vas a quedar aquí para siempre” respondió la voz.
Un escalofrío invadió su cuerpo. ¿Qué hacer?
La rabia era ahora la que lo consumía, cerró sus puños fuertemente, apretando también los dientes.
Su respiración se volvió a acelerar; pero instantes luego se sentó en el suelo, en el primer escalón de la cima de aquellas gradas. Sus sentimientos se mezclaron entre la ira y la angustia.
Respiró un poco y se puso en pie, en realidad casi no estaba razonando sus acciones.
Vio que a los lados de los escalones también habían mas flores y zacate, pero ello le parecía irrelevante, ¿para qué un jardín tan extraño si era para divertirse con él?
Bajó los escalones, hasta la entrada del laberinto, una entrada de piedra tallada, parecía tener un estilo romano, con su arco y todo. A los lados de la entrada habían diferentes armas, algunas pistolas, que aunque había visto en películas o juegos, nunca las había tenido en frente; algunas armas que parecían espadas, dagas, puñales, hachas…
Se preguntaba qué haría con tantas cosa, suponiendo que debía elegir algunos de esos objetos.
Tomó algo que parecía una espada corta, de un solo filo, era lo único con lo que pensó que podría defenderse, de todas formas no sabía ni lo que pasaría.
“Si me voy a morir, di…que sea jugando de loco” se dijo a sí mismo, riendo un poco. Como siempre utilizaba el humor para eludir la tensión.
Comenzó a caminar llevando en su mano el arma; hacia la derecha, luego a hacia la izquierda… Los pasillos del laberinto estaban llenos de pequeñas plantas, además de las enredaderas, el suelo en algunas partes estaba encharcado, en otros llenos de zacate un poco crecido. Caminaba un poco y encontraba un pasillo sin salida, caminaba otro tanto y lograba avanzar, al menos en apariencia, y de repente le sorprendía otro muro sin salida. Así por un buen rato, aunque a Lahel el parecían horas interminables, pero cómo saber cuánto tiempo abría pasado, si su reloj y teléfono los había dejado en la otra ropa y aquel lugar no dejaba ver el exterior.
Llegó a una parte con un pequeño poso, se dio cuenta la sed que tenía, pero cuando iba a beber, pensó que el agua podría estar envenenada, mejor se alejó de aquel lugar.
Caminó un poco más y al sentirse un poco cansado y con todas sus extremidades temblorosas, agitado y sudando, se apoyó a uno de los muros, para tratar de tomar fuerzas.
Al tener este momento de pensamiento, trataba de descifrar en su mente por qué había accedido a este juego.
Un pensamiento macabro cruzó por su mente: qué tal si usaba el arma que traía consigo para quitarse la vida, total, así acabaría con su penuria.
Levanto la mano en la que llevaba el arma y viendo intensamente la hoja de corte, pensaba qué pasaría si lo hiciera.
“¿Cuál sería la mejor forma?-pensaba- el cuello, las muñecas, en el estómago…”Imaginaba la forma más sencilla.
Aunque ninguna de estas ideas era racional, en aquel momento parecían muy lúcidas y factibles.
Al ver su rostro reflejado en el metal, pensó súbitamente en cosas que había aprendido: el quitarse la vida no era más que la desesperanza en su máxima expresión. Pensó en su familia una vez más, uno a uno los miembros de su familia, incluso a su padre; recordó sus creencias religiosas, sabía las consecuencias de tal acto.
Pero parecía tan viable, se sentía tan mal…
Movía lentamente el filo hacia la muñeca de su mano izquierda listo para acabar con su situación.
El arma se le cayó de la mano, esta le temblaba demasiado.
“¡Estoy loco! ¡Voy a luchar por mi vida hasta las últimas consecuencias!”-pensó con los ojos llorosos. Levantó el arma, y agitado como estaba corrió por todo el laberinto, se sentía listo para lo que viniera, incluso si moría, sabría que luchó por vivir, pensaba ahora que a pesar de que las cosas mundanas, como el trabajo, el estudio, las personas, el necesitar al dinero; lo hacían infeliz, él valía mucho como para morir de manera cobarde.

El tiempo pasaba lentamente y por fin logró encontrar lo que parecía el final del laberinto.
Al caminar hacia la salida, lentamente por el cansancio tanto físico como mental, escuchó un leve sonido, como de algún mecanismo, un sonido metálico, como de engranajes.
No le tomó mucha importancia, ya que el estar sucio, con esas ropas, agitado, cansado, sudado, frustrado, solo podía ver el final y alegrarse aunque fuera de haber logrado salir, sin importar qué pasaría después. Sonreía levemente, ya sin fuerzas, pero más que sin fuerzas, sin ganas.
Súbitamente, el piso por el que caminaba se abrió por debajo de él, el arma se le escapó de su mano. Mientras caía veía desde abajo el umbral que iba a cruzar, extendió un poco su mano hacia el, y cerró sus ojos, mientras el aire de la caída le producía una agradable sensación.
Hasta que al fin todo habría acabado…

Una nueva sensación lo volvió a la realidad: un frio que podía sentir en todo su cuerpo. Algo pasaba, sentía que le faltaba el aire, algo le impedía respirar. Un instinto primitivo movió su cuerpo, estaba nadando desesperadamente hacia la superficie, había caído en algo con agua.
Podía abrir los ojos un poco, porque nunca lo había logrado al nadar, podía ver una luz que entraba desde la superficie, pero el aire se le salía por la rápidamente. Sintió una especie de borde, del cual se aferró y logró salir del agua con graves esfuerzos, tosía debido al agua que había tragado y a la falta de aire.
La luz del lugar donde se encontrase ahora le molestaba de sobre manera, y el agua que destilaba por todo su cuerpo le producía un temblor en su cuerpo, por el frio que le hacía sentir.

Aunque estaba sentado en aquel borde, aun con sus piernas dentro del agua, no pudo mantenerse erguido, y se acostó en el suelo bocarriba, respirando pesadamente.
Una figura se le acercó, y Lahel, tratando de ver quién era, trataba a su vez de tapar la luz con su mano extendida.
La figura parecía masculina, extendiéndole la mano izquierda le levantó del suelo. El muchacho, más cansado de la lucha mental que del esfuerzo físico, se incorporó a duras penas, el brazo que le había extendido al hombre era el derecho y le dolía un poco, tal vez por cargar durante un buen rato el arma.
Aún con la vista borrosa, sintió algo encima, al tocarlo, sintió algo suave, era una toalla, ya no sentía tanto frió.
Abrió los ojos, ya pudiendo ver mejor. Otro salón blanco. Este era mucho más elegante que los anteriores, las paredes estaban detalladas con motivos de varios tipos, y un candelabro en el techo, era el que iluminaba el lugar, y lo que no le permitió ver desde un principio. Pudo ver que había varias salidas de aquel salón.
Al observar a la persona a su lado, se dio cuenta que era un anciano bien vestido, de hecho parecía un mayordomo. Este hombre le sonreía.
El anciano le tomó por el brazo izquierdo y apoyándolo sobre sus hombros se lo llevó a un pequeño cuarto al que daba una de las tantas salidas, este ubicada a en el extremo derecho del salón. Lo sentó sobre una banca de madera tallada que había a la izquierda de la entrada del recinto y lo dejó ahí. El hombre salió y le cerró la puerta.
Lahel no sabía muy bien lo que estaba pasando. ¿Habría sido todo un sueño?
Pero entonces… ¿Dónde se encontraba?
Un espejo a su izquierda reflejaba su imagen cansada y aún destilando agua por todo su cuerpo, se veía un poco mal, pero se sentía un poco mejor. Al frente suyo estaba colgado un traje entero, pero de un estilo tipo oriental.
Se levantó de la banca quitándose de encima la toalla y tomando el traje, se vio al espejo. Parecía que se le veía bien.
Todos sus sentimientos de ira, tensión, entre muchos otros que se le habían mezclado a lo largo de los eventos pasados, parecían haber dejado de existir, solo se miraba en el espejo y sonreía.
Vio que en una de las mangas del saco del traje había una tarjeta, y levantándola observó que tenía impresa una frase:
“Póntelo, te va a salvar la vida”
Se había aburrido de la lucha, le había satisfecho el hecho de haber llegado hasta ahí, donde fuera que estuviese. Se secó y puso el traje rápidamente. Los pies le dolían un poco, pero estaba relativamente tranquilo.
Salió del cuarto en el que se encontraba, abriendo la puerta con cierto sigilo, por lo que pudiese pasar.
El hombre con aspecto de mayordomo le esperaba de pie, frente a la puerta y al ver al joven salir le indicó con la mano una de las tantas salidas del salón.
Notó, mientras caminaba hacia el pórtico que el hombre le indicaba, la piscina en la que había caído.
Era una piscina que bien podría describirse como griega, con algunos escalones y columnas que sostenían el techo del salón. Entre columna y columna había cortinas negras que si bien no tenían un uso más que decorativo, se veían muy bien en cuanto a apariencia.
El mayordomo se adelantó al muchacho, para abrir las puertas de aquel umbral.

Ya ningún pensamiento en específico habitaba la mente de Lahel, solo sentía un poco de curiosidad acerca de qué pasaría a continuación.
Las puertas abiertas dejaron ver una sala enorme con una lámpara colgante de cristal en el medio, con tanto el techo como las paredes tapizados y adornadas con pinturas y motivos.
Al centro, una mesa puesta vertical a la puerta, con diferentes platillos sobre ella, y con varias personas entre hombres y mujeres vestidos elegantemente, todos sentadas en ella.
Estas personas se pusieron de pie al ver a Lahel y comenzaron a aplaudir efusivamente.
A la cabecera de la mesa estaba Lucio, y a su derecha André, ambos aplaudiendo con una sonrisa en sus rostros.

(CONTINUARÁ, como de constumbre)

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