Renacer: el precio de la felicidad es el superar las tristezas

miércoles, 26 de agosto de 2009

A pesar de la cierta resignación que lo había llevado a ponerse aquella ropa y a obedecer las peticiones del mayordomo; Lahel se sentía a la vez molesto y confundido.
Apretando los puños y los dientes, frunció el ceño y se quedó quieto; ahí, de pie en la entrada de aquel cuarto.
“¿Qué está pasando?”- se preguntaba.
Antes que pudiera acontecer algo mas, Lucio tomó la palabra en medio de los aún audibles aplausos de aquellas personas presentes en aquella sala:
“Lahel Speroza, ya que sos el sétimo sucesor de la Famiglia Garibaldi. Vení, sentate a la mesa con nosotros”
El joven caminó lentamente, la verdad no quería hacer caso, pero pensaba que no le quedaba otra opción. Tal vez si se resistía, terminaría en otro juego estúpido, donde él fuese el juguete.
Sentándose a la mesa, a la cabecera, pero del extremo opuesto de donde estaba sentado Lucio, bajó la mirada, no quería ver a aquellas personas.
Detestaba en ese momento a Lucio, e incluso André se había prestado para lo que le habían hecho pasar.
Prácticamente lo habían torturado y seguramente era por alguna razón irracionalmente estúpida. Nada podía serle motivo de excusa para tal acto en su contra.
Lucio al sentarse el también, hizo un ademán para que todos las demás personas en la mesa hicieran lo mismo y retomando su diálogo dijo:
“Lahel, seguramente estás bastante molesto y a la vez cansado, pues aunque en realidad solo estuviste ahí cuatro horas, para una persona en esas condiciones es como una eternidad.”
“¡¿Sólo cuatro horas?!...”-pensó. No cabía en su asombro, para el había sido mas, mediodía al menos, pero solo fueron cuatro horas…
Lucio prosiguió: “El problema aquí es que esta prueba la han tenido que pasar la mayoría de los anteriores sucesores en diferentes formas. No es algo que se escoge sino algo que pasa, así que por favor no te lo tomés personalmente. La cuestión de hacerla es poder ver las decisiones que tomás estando bajo presión, y si lograste sobrevivir aún con todas las armas disponibles para decidir morirse en ese instante, significa que así vas a luchar ante situaciones parecidas. Más bien deberías estar orgulloso, porque nos demostraste ser más que idóneo para este puesto”. Lucio tenía una sonrisa de complacencia.
El joven aún no deseaba alzar la mirada, lo peor de todo es que las palabras de Lucio eran muy razonables, no sabía que pensar.
“Solo alguien que cree que va a perder su vida, puede ver en ella su valor o no. Pero este muchacho si la conservó, por eso debemos estar agradecidos por que hemos encontrado a nuestro nuevo Miembro, el que tiene las posibilidades más grandes de ser tan bueno como yo jajaja”-Lucio se dirigía a los demás en la mesa. Todos rieron un poco de su sarcasmo.
Lahel estaba muy confundido, no sabía si sentirse bien, pues había pasado una prueba que le daba cierto status o sentir el enojo que le producía todo por lo que le habían hecho pasar.
Lucio no quiso dar la palabra a Lahel porque sabía que tras de que seguramente no quería decir nada, si dijese algo sería un reclamo o algo por el estilo. Ya para terminar su discurso dijo: “Pues bien, ya que estás limpio y vestido para la ocasión, a pesar del cansancio que debés sentir, vamos a celebrar este momento con un banquete, así que: ¡Que pasen la comida!”
Al decir esto, desde la entrada al salón comenzaron a entrar personas entre hombres y mujeres, eran camareros trayendo consigo todo tipo de platillos: de carnes, ensaladas, arroces, vegetales, entre otros, todos ellos eran servidos en la mesa, junto con champagne, vinos.
Ver aquella comida hizo que se despertaran su hambre y sed que había reprimido hasta ese instante, lo que le hacía pensar que a pesar de lo que hubiese pasado, al menos trataría de aprovechar aquella oportunidad, su hambre podía más en ese momento que su disgusto.
El mismo mayordomo que lo había conducido a la sala en un inicio, le trajo un plato oriental de fideos, junto con una gaseosa, que curiosamente eran la comida y bebida preferidas del muchacho. Al ver aquel plato, Lahel movió su cabeza para ver al mayordomo, que le miraba a su vez con una sonrisa. El muchacho no sabía cómo era posible que conocieran hasta sus gustos, pero sin pensarlo más comenzó a comer, incluso le había traído palillos que parecían de plata para comer con ellos.
Tras de todo, la comida le sabía extremadamente sabrosa, era como si la comiera por primera vez. Esto le parecía raro, pero solo comía sin pensar mucho. Y curiosamente, al comer también le hacía olvidar su disgusto.
Alzando la mirada, pudo ver a la gente que estaba a su alrededor, una mujer adulta joven con un vestido largo y negro y de cabello café rojizo, a su derecha y un hombre mayor y canoso a su derecha bien vestido a su izquierda; al frente, por su puesto Lucio, comía con la satisfacción de ver que Lahel tenía un mejor semblante. Todos conversaban y reían entre sí, pero el joven solo se concentraba en su comida y en descubrir cómo se sentía en ese momento.
Luego de la comida, y a la hora en la que se sirvió el postre y té para todos los presentes, Lucio se levantó de su asiento y pidiendo la atención de la gente dijo:
“Lahel, todavía tenés el anillo que te di puesto ¿verdad?”
“Si”- respondió casi sin ganas.
“Acercate”- el muchacho se levantó y bordeó la mesa y a los presentes hasta ponerse a la izquierda de Lucio. Este, tomando su mano derecha la levantó para mostrar el anillo en la mano de Lahel.
“Este es el signo de que él es mi sucesor, quien se atreva a hacerle el más mínimo daño, tendrá que atenerse a las consecuencias. Cuídenlo ustedes y toda su gente como si fueran sus propias vidas.”
Soltándole el brazo al muchacho, hizo una seña con su mano derecha al mayordomo, que tomando un cofre de tamaño mediano negro con motivos pintados en dorado; se acercó por la derecha a Lucio, abriéndole el cofre.
En este estaba el arma que Lahel había elegido al entrar al laberinto, la espada corta, pero ahora venía con su vaina también. De hecho le muchacho no había pensado dónde habría terminado el arma, solo recordaba vagamente el momento cuando se le resbaló de las manos la caer en la piscina.
Lucio la sacó y dándosela al joven dijo: “Este es otro regalo, este es al arma que elegiste para la prueba, ahora es tu compañera, pero obviamente tenés que aprender a usarla, pero de eso nos encargamos después, por ahora, conservala y cuidala, que ella te va a ayudar a cuidarte.”
Para el joven no fue un regalo tan grato como el anillo, pues con esa arma casi se quita la vida, o al menos eso había pensado hacer. La tomó de las manos de Lucio y desenvainándola, vio su rostro otra vez reflejado en el metal, ahora, por supuesto, se veía mucho mejor, más seguro y un poco más feliz.
“Te voy a presentar a mis viejos y ahora para vos, nuevos amigos.-dijo le dijo Lucio- A André ya lo conocés, el, aunque no parezca mucho es el encargado de todas nuestra operaciones y la gente en general, luego está…”-fue señalando a las diferentes personas sentadas a la mesa, que le daban, al ser nombradas, una muestra de respeto agachando un poco la cabeza. Al llegar al hombre que Lahel había visto sentado a su izquierda, un hombre de cabello canoso, bien vestido en un traje gris y anteojos, Lucio comentó: “Este es Giuseppe MonteBianco, encargado de algunas Familias aliadas italianas y ella-señalando a la mujer que se encontraba a la derecha del asiento del joven- es Cassandra de Grimoard, de la Familia más poderosa de Francia.” Luego siguió con las demás personas, en total eran trece los presentes, contando a Lucio.
Luego de esto, Lahel retomó su lugar en la mesa, portando el arma dentro de su vaina, la gente lo miraba con mas que curiosidad, complacidos, pero queriendo conocerlo mejor. Mientras tanto todos comían su postre. Este la sabía igualmente delicioso a Lahel.
Ahora el muchacho ya no tenía la mirada baja, y aún con todo lo acontecido, se sentía calmado, se consolaba en saber que su vida no estaba más en peligro. Pronto podría volver a su casa, por ello se sonreía levemente.
Cuando todos los presentes hubieron terminado de comer y charlar, algo más de una hora después del inicio de la comida, Lucio volvió a levantarse y dijo con una gran sonrisa: “Ok, ya todos nos vamos, gracias por su asistencia a este evento tan importante, saludos a ustedes y a sus Familias de mi parte” Dirigiéndose al muchacho dijo:
“Lahel ¿vos querés decir les algo antes de dar por terminado este encuentro?”
Esto fue una sorpresa para el joven, quien al no saber cómo reaccionar, se levantó de su asiento y dijo amablemente: “¡Gracias a todos!”-esto con una sonrisa. Quizás si hubiera tenido tiempo de pensar su reacción no hubiera hecho ni dicho tal cosa.
La gente comenzó a retirarse por la puerta principal del salón, todos los invitados se despedían haciendo una pequeña reverencia a Lucio y luego a Lahel. La muchacha que se encontraba al lado del joven se levantó y despidió con un beso en su mejilla derecha. El joven se puso la mano en aquella mejilla y se sonrió, no esperaba tal cosa.
Al final quedaron Lucio, André y Lahel en el salón.
“Vámonos, te llevo a tu casa”-dijo Lucio, refiriéndose al joven. André salió primero del salón, mientras Lucio, acercándose a Lahel extendía su mano derecha cómo indicándole la salida. El muchacho, levantándose, caminó hasta la puerta.
El mayordomo le esperaba con la ropa que se había quitado originalmente antes de “disfrazarse”, esto para que hiciera de nuevo un cambio de ropa. Luego de cambiarse en el mismo cuarto en el que se había puesto su traje formal, este mismo mayordomo le indicó el camino de salida. De la entrada, se dirigieron a una de las puertas del cuarto con la piscina, hacia la izquierda, esto daba a unos escalones, y al subirlos, se llegaba a un pórtico que a su vez daba al parqueo donde habían ido Lucio y André con el auto. Mientras subía, el muchacho se preguntaba adonde estarían los micrófonos y monitores con los que seguramente lo monitorearon en el laberinto, supuso que estaban en algún cuarto aledaño al salón donde hicieron aquel banquete. Llevaba consigo el arma sujetándola en su mano.
Al salir del todo, la luz de la tarde le molestaba un poco, no era muy intensa pero era diferente a la luz de los reflectores. Salía con una expresión seria de aquel lugar, pero todo era un poco diferente, el aire se sentía bien, flotaba un olor como dulce. Por alguna razón podía apreciar más su entorno.
Aquel lugar al observarlo bien, no parecía el parqueo del restaurante, seguramente sería uno algunas calles más allá.
Lucio fue el último en salir, parecía que algo le había retrasado un poco. André trayendo el vehículo, se bajó y abrió la puerta para Lucio y para Lahel. Ellos se montaron, Lucio con una sonrisa de complacencia, pero el joven tenía su cierta satisfacción y disgusto mezclados.
André comenzó a manejar de vuelta a la casa del muchacho, el joven vio su maletín en el suelo, como la vez anterior.
Lahel veía por la ventana, sujetando el arma con su mano derecha recostada sobre su regazo, la misma mano en la que tenía el anillo de Lucio; observaba todos los lugares por los que pasaban. Una duda se mezclo en su pensamiento ausente.
“¿Por qué me hiciste esto?”-dijo en vos más o menos audible.
Lucio, mirando hacia el muchacho, dijo de manera seria: “Ya te lo expliqué, mirá yo se que nada puede compensar lo que te hicimos pasar, pero tras de que le demostraste a todos que valés la pena, ahora la vida te va a saber mejor, porque la supiste valorar. Fue una mirada a vos mismo en los problemas y de verdad que lograste sacar lo mejor de vos”
Otra vez las palabras de Lucio le parecían muy coherentes, pero difíciles de asimilar. No había una expresión en su rostro, no sabía muy bien a que sentimiento ceder. Se preguntaba si sería por haber estado en aquella situación donde luchó por vivir que podía ver las cosas de otra manera.
El resto del camino fue puro silencio, Lahel tenía mucho en que pensar.
Igual que la vez anterior, lo dejaron a algunos metros de su casa. Al bajarse del auto caminó sin despedirse, pero Lucio respetaba su actitud, parecía que la entendía muy bien.
Llevaba consigo la espada y el maletín. La guardó adentro del mismo
Casi que por instinto revisó uno de sus bolsillos para ver la hora en su celular, eran más o menos las 4:30 de la tarde. No tenía mensajes ni llamadas.
Al llegar a su casa, su madre lo notó un poco apagado.
“¿Cómo te fue en el día?-preguntó su madre que se encontraba en la mesa de la sala haciendo algo de su trabajo, esto mientras Lahel entraba.
“Bien bien, pero estoy cansado”
“Bueno, descansá hasta la cena”
“Ok”-respondió el muchacho, para luego darle un beso en la cabeza a su madre.
Saludó rápidamente a su padre y hermanos.
Subió las escaleras hasta llegar a su cuarto, donde puso su maletín al lado de su cama.
Se recostó en ella y sintió una sensación de alivio total. Ahora si todos los pensamientos reflexivos invadían su mente todos al mismo tiempo.
Si todo hubiese sido cierto y no solo una prueba de Lucio, no hubiese podido regresar a su casa, ni volver a ver a sus hermanos ni a su madre. Se preguntaba que hubiese pasado si él hubiese muerto y aún más si el mismo hubiese sido el que se quitaba la vida. Revivía los momentos críticos del día, tratando de analizar sus sentimientos y pensamientos. Recordaba además las palabras de Lucio y la sensación extraña que sentía como de cierta alegría con su vida. Así pasó por casi media hora.
Las lágrimas otra vez llenaban sus ojos de cuando en cuando, pero este momento lo interrumpió la voz de su madre:
“Vení a comer”.
Lahel se secó los ojos y rápidamente bajó las escaleras hasta sentarse en su lugar en la mesa del comedor. Ahí estaban sus hermanos, su madre y su padre.
A todos los veía con satisfacción y alegría, como si no los hubiese visto en milenios.

(CONTINUARÁ...)

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